Bienvenidos

No soy el músculo, que segundo a segundo, mueve una barra pesadisima para dar un golpe mas violento. No soy el bailarín que con movimientos sutiles, seduce a las muchachas en alguna pista de baile. No soy un mesias, no soy un empresario acorbatado, ni un dictador asesino. Tampoco sé si soy. Solo sé que escribo.

Este soy yo

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Capital Federal, Buenos Aires, Argentina
De buen porte y correcto. ¡Cuando no digo nada, digo mucho, y cuando digo mucho... digo mucho.

2 abr 2006

El hombre de la nada

Recuerdo que un día un hombre, olvidado de adolescencia y de sueños inciertos, caminaba por las calles de Roma. El coliseo era como una pelusa de biblioteca, recuerdos de caminatas de viajes escolares. Con fondos del estado, comía un plato de fideos por día. Fracturas de servicios prestados por necesidad. Un hombre sin rumbo. Un hombre sólo. Su familia había desaparecido. La guerra, se llevó a muchos. Pero en el caso de esté hombre, los derechos civiles sólo cayeron sobre los hombros de su hermano mayor. Philip, rubios (por favor). Trabajaba para unos de los abogados, más reconocidos de la ciudad. Y estaba a punto de comprarse un automóvil. De una marca que prometía muchas comodidades y buen gusto. Ford, creo (Creó). Tenía dos hijos, Johnn y Paúl. Años más tarde, unos hombres con los mismos nombres revolucionarían la música. Pero de los niños (una pitada al tabaco) se perdería el rastro, igual que el de su querida esposa. La hermana, menor del hombre. Después de una discusión y un bolso por llenar. Parecía quedar la tibia despedida, mientras se cerraba la puerta bruscamente. Y su madre, su madre, tan arrugadas eran sus manos sin mantenerlas en el agua, tan tierna su mirada por la mañana, tan frágil como la porcelana, tan débil como el alma, esa era su madre. Y el punto consiguiente no es casualidad. Simpleza solamente. La vida del hombre era muy sencilla, demasiado. Por las mañanas, salía en busca del diario. Caminaba cinco cuadras, aunque tenía un puesto en la esquina de su casa. Le hacía un chascarrillo al señor del kiosco, mientras le compraba cigarrillos, y alguna que otra golosina. Con diario en mano y tabaco en sus bolsillos. El hombre iba hasta un bar en las afueras de Roma. Siempre intentaba recordar como fue la primera vez que llegó hasta aquel lugar, ya que no era nada fácil de encontrar. Sufría de algunos desfasares. Siempre eran los mismos. Había un hombre llamado Fillippo, en el rincón más oscuro del lugar. Tomando whisky. Sólo tomando Whisky. No se conocía mucho de su vida, simplemente se sabía que su mujer lo había abandonado, y desde aquel día, se sentó allí a esperarla. En la otra punta, se sentaba un anciano a tomar café y a fumarse un atado de cigarrillos mientras escribía. El hombre, alguna vez le preguntó sobre sus escritos pero el anciano esquivaba la charla astutamente. Por eso mismo, el hombre lo admiraba. Y el anciano, supongo que también. Una mujer solía frecuentar el lugar por las tardes. Se sentaba hacía la barra y miraba fijamente al hombre (el lugar del hombre). Se tomaba un trago. Y se iba. El hombre solía charlar mucho con la mesera. Le prestaba la sección de espectáculos, y juntos leían, los saludos a ultratumba. En un principio, el hombre se sentía atraído por la muchacha. Pero sabía muy bien que la gestación de un proyecto podía aprisionarlo a la ciudad que lo agobiaba. Al hombre le encantaba hablar sobre su muerte. Anunciaba que la simple ausencia al bar por las mañanas, significaba que su alma se había despegado de su cuerpo. Una vez, una nueva persona abrió la puerta. Era un joven de unos treinta años de edad. Físicamente idéntico al hombre. Se sentó junto a él, y entre cometarios vacíos. Se formó una especie de cordialidad. Después, Fueron varios meses. De charla, de alcoholización, y hasta en alguna oportunidad, de hachis adolescente. El joven, estaba a punto de separarse de su esposa. Comprendía que su futuro era más importante. Y estaba por irse a Inglaterra con un sueldo y un coche, asegurado. Un día (cercano a la fecha despedida) el hombre lo invito a su departamento a leer unas novelas de Kafka, y el joven aceptó. En un ataque de locura. El hombre golpeó fuertemente al joven con el extinguidor, después lo amordazó y ató a la cama. Y con una sonrisa macabra lo miraba desde la ventana. Recuerdo que le dije esto: - Yo sé muy bien que tú no tienes la culpa de nada. Mi vida desde pequeño fue un desastre. Y siento que cada día se derrumba, más. Sabes, que estuve pensando en irme a otro país. Conocer otros lugares. Pero seguiría siendo un hombre sólo, sin nada. Te has fijado en el viejo del bar, siempre escribiendo. Seguramente esta planeando la dominación del mundo. Nada te puede llevar mas trabajo. En un principio, pensaba matarlo a él. Pero no encontraba la forma de hacerlo desaparecer. En cambio usted, me ha servido de mucho. Fue una gran inspiración para mí. Estos meses, fui analizando cada detalle. Y me di cuenta que su viaje de negocios puede ayudarle mucho a mis propósitos. Su esposa, pensará que está de viaje. Aquí guardo una carta escrita con tinta. Rechazando el trabajo de Inglaterra. En síntesis, usted va a desaparecer. Igual que yo. Y ambos, seremos nada. La nada absoluta. Yo moriré para el estado en mi cama incinerado. Y usted, escapara de su esposa y se ira al cielo. Se lo digo porque a mi hermana le sucedió algo parecido. Estoy seguro que alguien la mató, total ella era nada desde muy pequeña. Me abandono y me dejó con mi madre que se estaba por morir. Además, le dije muchas veces a Jaquelin (la mesera) que el día que no vaya al bar por las mañanas, quería decir que estaba muerto. Discúlpeme si tengo que retirarme, pero un vuelo a Sudamérica me espera. Además todavía tengo que mandar su carta y los correos cierran temprano. Le juró que me quedaría con usted, pero ahora usted es yo, y seguro que quiere quedarse sólo en su casa. Con la cama bañada en querosén y con este fósforo prendido. Pero se puede quedarse tranquilo, que algún día alguien sabrá de su historia. La escribiré.

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