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No soy el músculo, que segundo a segundo, mueve una barra pesadisima para dar un golpe mas violento. No soy el bailarín que con movimientos sutiles, seduce a las muchachas en alguna pista de baile. No soy un mesias, no soy un empresario acorbatado, ni un dictador asesino. Tampoco sé si soy. Solo sé que escribo.

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Capital Federal, Buenos Aires, Argentina
De buen porte y correcto. ¡Cuando no digo nada, digo mucho, y cuando digo mucho... digo mucho.

2 jul 2006

La esquina de los mil rompimientos

Mi abuela alguna vez me lo advirtió. Al oeste de la capital federal de Buenos Aires (Argentina), hay un barrio muy pequeño, del cual, muy pocos conocen la leyenda de "la esquina de los mil rompimientos". Algunos conocedores del tema como el doctor en ciencias ocultas Augusto Przepiorka, analizan la leyenda y afirman que “ésta comenzó con el dueño de aquellas propiedades, a principios del mil ochocientos”. El señor Don Francisco Ramos Mexía, casado con Doña María Antonia Segurota. Don Francisco después cambiaria su apellido a Ramos Mejía, ya que según la costumbre de la época los apellidos con X eran conformados por judíos conversos. María Antonia Segurota recibió catorce hectáreas y Don Francisco las repartió entre sus trece descendientes. Este es un punto importante de la historia, según nos cuenta la doctora Irma Cohen: “En la biblioteca nacional de la republica se pueden encontrar textos privados de Don Francisco, en donde además del negociado visible de la época se puede advertir el hincapié de los trece hijos. En medio de la cruenta lucha entre Unitarios y Federales, en el año 1829 tras su derrota en Puente Marquez, el General Lavalle se dirige en retirada y acampa en la chacra de los Tapiales, huésped de la familia Ramos Mejía. Además, hay declaraciones fehacientes donde se afirma que la numeración no es casualidad alguna, sino una invocación al demonio con la propia sangre, en la descendencia misma. Esto también se puede observar, más adelante, en la educación que con la que se criaron estos niños. Más destacadamente en el caso de Hermógenes Ramos Mejia, considerado el responsable del primer cisma religioso del país. Después del enfrentamiento con el Padre Castañeda, fue confinado el casco de su chacra donde falleció, dejando a su esposa.” ¿Dónde estaba ubicada aquella chacra? Curiosamente, el acceso más rápido con la capital era la carretera conocida como “el camino Real” (Vendría a ser hoy día, Av. Rivadavia.). Algunos afirman que los Ramos Mejía hacían grandes travesías para no pasar por allí. Quizás por ese motivo en 1858 donan algunas tierras (cuatro manzanas) para que se construya el primer ferrocarril de la zona (así como edificios públicos) primeramente llamado “Paraje San Martín”. Pero sin querer alejarnos del tema, exactamente es por estos años donde comienza la leyenda. Dicen que don Francisco afligido por la muerte de Hermógenes, su décimo tercer hijo, decide instalarse en la chacra donde falleció. Muy viejo, con los huesos dolientes y principio de Poliomielitis, una noche manda a llamar a su esposa y la mata ferozmente con trece puñaladas. El hecho no sería difundido y las autoridades harían responsable a un indio de la zona. Así como también de la muerte de la viuda de Hermógenes trece días después del asesinato de Doña María Antonia Segurota. Don Gregorio, antes de su muerte, le sede algunas tierras a una de las estirpes de mayor rango de la época “la familia Martínez de Oz”. Augusto Przepiorka, nos dice: “Es uno de los casos más extraños de la historia Argentina, una mujer tan importante como lo era Doña María Antonia Segurota fallece y nadie se entera. A los pocos días, también asesinan a la nuera, de la misma manera y exactamente en el mismo lugar donde murió su esposo Hermógenes. Tres asesinatos encubiertos. Y un nuevo vecino, que casualmente es uno de los hombres más poderosos de la época. También es para tener en cuenta, la desaparición del cuerpo de Don Francisco. Algunos dicen que los indios se llevaron su cuerpo al desierto, otros dicen que sus propios hijos lo sepultaron en el lugar de sus asesinatos pero eso nunca se sabrá porque los indios serían asesinados y sus hijos nunca hablarían del tema”. Lo demás descendientes de Don Gregorio optaron por dejar aquella hectárea vacía (quizás para preservar su cuerpo) sin nadie que la habite, las tierras dejaron de ser fértiles rápidamente, la chacra se caía a pedazos, las carretas se desgastaban (el sol las corroía y la lluvia pudría su madera) pero se comenta que la última gota de sangre desapareció recién en 1900, poco menos de cuarenta años después de los asesinatos. También se comenta que amantes de los Martínez de Oz fallecieron en el mismo lugar, así como campesinas de la zona, pero eso nunca se pudo comprobar. Con el pasar del tiempo, ya sin marcas en la tierra, las muertes fueron desapareciendo. La creencia demoníaca de Don Francisco curiosamente se disgregó. Muy cerca del lugar se construyo una Iglesia y un colegio pupilo, allí se enseñaba polo, equitación, natación y danzas clásicas. Y un letrado en varios idiomas como el francés, latín e italiano. Con el pasar del tiempo también se enseñó Ingles y su nombre cambió, pasándose a llamar “WARD: Institución educativa de las iglesias evangélicas metodistas y de los discípulos de Cristo” (después de la segunda guerra mundial). Hoy en día, por el mismo lugar cruzan dos calles: Suiza y Fred Aden, el asfalto (colocado en 1916 y reformado por cada intendente que se postula) tiene tantas marcas como la piel de un leopardo, el caparazón de una tortuga nace desde el centro y las huellas cruzan, cortan y raspan. Cada automóvil que pasa por allí tiene que detener su marcha de tal modo que en algunos casos tienen que volver a prender el motor. La zona está vacía, algunas casas bajas la rodean, el colegio Ward luce sus campos deportivos, los pinos acarician el cielo y cosquillean las nubes, en la esquina se vislumbra la cúpula de una iglesia, y si se tiene buena visión a siete cuadras se puede ver otra iglesia (del otro lado del colegio). Y en medio de todo ello, las marcas en el suelo del señor Ramos Mejía. Cuenta la leyenda que desde mil novecientos, las parejas terminaban sus relaciones allí. Sabiendo del amor que tenían los Ramos Mejía hacía sus mujeres, sabiendo que en aquel lugar se derramo sangre por amor y la tierra consumió el penar, el sufrimiento, la ausencia, la soledad. Es así como montones de mujeres, llevaban a sus noviecitos hasta aquel lugar sólo para terminar de verlos, para abandonarlos. De ésta manera las mujeres le aseguraban a sus “pasados” hombres, la ausencia de ausencia, librándolos del recuerdo, de los buenos momentos vividos junto a ellas. Algunos dicen que esto es amor verdadero, otros prefieren sufrir para olvidar. La leyenda continua con la frase de un indígena, criado de los Ramos Mejía, y conocedor del tema “Un día escuche hablar al señor sobre “el lugar deseado”, le comentaba al señor Martínez de OZ que un ritual era necesario para que el suelo absorba las penas de los humanos pero que el hombre numero mil sería castigado con la pena de sus antepasados y el peor castigo que uno se pueda imaginar… el deseo chispeante y latente”. Como dije en un principio (quizás por eso tanto me importa ésta leyenda, quizás por ello he decidido publicarla, quizás por ello tantos conocedores están a mi alcance) mi abuela me lo advirtió.