Bienvenidos

No soy el músculo, que segundo a segundo, mueve una barra pesadisima para dar un golpe mas violento. No soy el bailarín que con movimientos sutiles, seduce a las muchachas en alguna pista de baile. No soy un mesias, no soy un empresario acorbatado, ni un dictador asesino. Tampoco sé si soy. Solo sé que escribo.

Este soy yo

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Capital Federal, Buenos Aires, Argentina
De buen porte y correcto. ¡Cuando no digo nada, digo mucho, y cuando digo mucho... digo mucho.

5 jun 2006

El cofre de las ilusiones

Aquel día Pablo Matías Muaiño se levantó muy temprano para ir al trabajo. Acostumbrado a desayunar, por el camino se compró unas galletitas saladas. Sabía que en su escritorio lo esperaba el termo y el mate por calentar. Y seis horas de atención personalizada (telefónicamente). Pablo siempre hacía el mismo recorrido. No podía evitar pasar por Av. Scalabrini Ortiz y Córdoba, allí había una pequeña panadería que bañaba la vereda con su perfume. Una rejilla pegada al zócalo gastado, le hacía cerrar los ojos y levantar levemente la nariz. Aquella mañana después de pasar por la panadería, una mujer que veía ocasionalmente, lo llamó por teléfono para reclamar su presencia. Hacía como dos meses que no se veían. Después de haber compartido muchos buenos momentos juntos. Ese ocasionalmente, ya no era tal. Pablo Matías no estaba de humor aquella mañana porque al pasar por la panadería se dio cuenta que estaba en los primeros días del mes y no llevaba plata en su billetera, y como si esto fuera poco, al cerrar los ojos, una señora lo llevo por delante machucándole el dedo meñique. Muaiño no le hizo caso a la señorita del teléfono, prefirió cortar la comunicación y seguir caminando al compás del viento que golpeaba su cara sin despertar. A la hora del almuerzo, sus manos empezaron a transpirar. Bajó su cabeza y recordó. No era la bella sonrisa de la muchacha que avivaba en él su ternura retraída, tampoco eran los labios que tan dulcemente besaba en un tiempo de dos por cuatro, mucho menos eran los pómulos firmes, ni el pelo azabache y crepuscular, ni su seños pequeños, ni su piel con olor a miel. No era ella. Era el cofre.

A los dieciocho años de edad, un vendedor de una casa de antigüedades de la calle defensa, le vendió un cofre misterioso. De unos cuarenta centímetros de largo y veinte de ancho. Cubierto de un cuero derrochado de color marrón y algunas decoraciones en oro de plata que formaban imágenes perdidas de rosas sombrías. Cada pétalo se marcaba a la perfección y en el centro de cada rosa había un rubí precioso, rojo fuego. El baúl estaba escondido entre montones de arañas, cuadros, sombreros, facas y centros de mesa. El vendedor le afirmó que cada posible comprador primeramente tenía que conocer las consecuencias y responsabilidades de éste. Comentó que dentro de él, se guardaba el bulto de muchas almas en pena y que cada una de ellas representaba una ilusión. La más estricta de todas las almas que se sepultaban en el cofre era la de “Dorotea”. Una dama de los años treinta que fue abandonada por su esposo, un gangster que traficaba whisky para un alto funcionario de la época. Dorotea lo esperó muchos años sentada en el regazo de su lecho, mirando la ventana que daba al puerto. Alguna que otra vez, sospechó verlo bajar de un barco pero nunca golpearon su puerta y falleció de inanición en su habitación oscura y solitaría. Se dice que ella era la dueña del cofre y juró regresar cada vez que un amante se sienta sólo. Otras de las almas en pena era la de “Ruperto” un bailarín homosexual que frecuentaba un boliche de San Telmo. Se cuenta que un hombre golpeó su corazón a la mitad de “malevaje” pero después de aquella noche nunca más lo volvió a ver. Ruperto frecuentó el boliche por años, noche tras noche, petaca tras petaca, compás tras compás, línea tras línea, pero fue en vano, él nunca regreso. El dueño del local que le contaba estas historias a Pablo Matías Muaiño, se fue poniendo cada vez mas enérgico. Y afirmó:

  • "Te puedo vender el cofre a un preció que este a tu alcance, pero las responsabilidades a las que hice referencia desde un principio se deben a algo mucho mayor. Según la leyenda, la persona que sea propietaria del cofre debe abrirlo cuando sienta que es tiempo de compartir la vida con una persona. Sólo allí. Sus beneficios serán muchos, dinero, fama, poder, y sobre todo, amor verdadero. Se dice que esto está asegurado pero si el dueño se llega a equivocar de amor. Será tragado por el cofre y se convertirá también en un alma en pena, encerrada dentro de él, por siempre… A pesar de todo esto ¿se lo lleva o no siente que pueda ser capaz?"

Pablo llamo un remis y se llevo el cofre a su casa. Lo Acomodó en un rincón del departamento y lo abrió, para saber que era lo que podía pasar. En aquel momento, nada sucedió. Pablo guardo algunas fotos de su infancia, algunas baratijas y lo dejó abierto. Con el tiempo se olvido del cofre, pensó que la sugestión del vendedor era típica de un mercader con pocos compradores, dispuesto a inventar historias para pasar el tiempo. Pero desde el abandono mañanero de la muchacha que en algún momento lleno su corazón, Pablo se sintió diferente, extraño. Terminó sus horas de trabajo y regreso rápidamente a su casa. El cofre estaba abierto, y las fotos que había guardado allí, estaban llenas de sangre. Se dice que nadie volvió a verlo. Simplemente desapareció. Y según algunos conocedores del tema, el cofre sigue esperando en algún local de antigüedades del viejo barrio de San Telmo.