Bienvenidos

No soy el músculo, que segundo a segundo, mueve una barra pesadisima para dar un golpe mas violento. No soy el bailarín que con movimientos sutiles, seduce a las muchachas en alguna pista de baile. No soy un mesias, no soy un empresario acorbatado, ni un dictador asesino. Tampoco sé si soy. Solo sé que escribo.

Este soy yo

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Capital Federal, Buenos Aires, Argentina
De buen porte y correcto. ¡Cuando no digo nada, digo mucho, y cuando digo mucho... digo mucho.

11 feb 2007

El Discurso perfecto

Juan se sentía traumado, solo, triste, contento, apacible, enfurecido, golondrina, pétalo, y mucho más por supuesto. ¿Pues, de que se trata el trauma? Si no es de aquello. Sentado apreciaba a la doncella que tenia enfrente. La habitación estaba a oscuras. Todo negro. Apenas un televisor que cambiaba de imagen continuamente, iluminaba. Juan conocía el hospedaje, por ello sabia como moverse si tenía que descargar su furia entre malta y palabras perdidas. Quizás no lo pensó desde un primer momento pero al pasar los días estaba seguro que aquello era una secuencia vivida en un pasado no tan remoto. En la mesa que lo separaba de aquella mujer había algunas revistas, a lo lejos (en la punta menos divisible de la habitación), ellas recelaban historietas más reales de la que él vivía (Hoy, mañana, pasado). Muchos autores desplegaban sexo, sociedad y religión, entre pinceladas detallistas e incomprensibles a la vista. Ojeó algunas páginas pero instantáneamente volvió a colocarlas en el mismo lugar que se encontraban porque no era su historia, eran otras, de papel y Toner de buena calidad. Algunas cenizas cayeron sobre una de las tapas, no llegaron a prenderse fuego pero Juan quería que se hechicen, que ardan como la furia que contenía dentro de él, como la alegría, bella, las corrió con el más suave movimiento y continuo la charla que venia llevando. Dos metros cincuenta de altura, poco menos de cinco metros de largo y tres metros cincuenta y tres de ancho. En una esquina, la más cercana a la ventana, estaba el televisor y en la esquina contraria con siete kilogramos, más de quince años y no más de cuatro peleas ganadas (de arrabal porte) se encontraba la computadora de corto reaccionar. Detrás de Juan había una biblioteca, la cual pudo divisar en otras oportunidades (¡Media isla cubana estaba allí!) pero enfrente estaba la puerta que daba a la cocina (pequeña, extensa y acorde de longitud) que en varias oportunidades tuvo que atravesar o sólo ingresar para abrir el refrigerador sin orden de su dueña. Cuanto hospedaje, cuanto sin sentido. La charla continuaba. Cinco sillas, dos por lado y una en la cabecera, por supuesto dándole la espalda a la vieja computadora. Escuchó muchos reproches pero Juan tenía la habilidad de disuadir los problemas con buenas invitaciones. Del otro lado de la mesa corrían lagrimas, levemente caían por los pómulos rojizos. Dos o tres cayeron sobre la mesa que oscureció (más aún) la habitación. Horriblemente hermosa se encontraba con sus lentes firmes y su pelo lacio que apenas cubría sus hombros. Ella corrió al baño a ponerse bella. No tenía en cuenta que ya lo era y que ningún rubor podía superar esa tez limpia, fina y suave. Juan en ese momento no se movió, no dijo ni una palabra, prefirió bajar su cabeza y respirar profundamente. Silenciar como el bosque que se aprecia desde la terraza de un departamento urbano. Pensó en tomar un libro de la biblioteca y recitar alguna frase al azar pero no tenía fuerzas para levantar su gordo trasero. Espero a la muchacha, sentado, en la misma posición y simulando que miraba la pantalla. Nunca pudo recordar lo que miraba, auque se lo preguntó repetidas veces en el trascurso de la noche, pues en realidad estaba en un mundo paralelo, donde las mariposas vuelan libres y los pastos tapan las rodillas. La muchacha al volver del baño cargó su vaso. Y miró a Juan como se prendía un cigarrillo. Ambos callaron por unos minutos y solamente se observaron. Para Juan fueron horas de silencio aunque solo habían pasado tres minutos con cuarenta segundos. Ella ya no lo observaba. Fue allí cuando Juan se dio cuenta que el volumen leve del televisor había desaparecido y que un radio grabador que se encontraba al costado del aparato visual sonaba un poco más fuerte, supuso que siempre estuvo prendido pero que no se había dado cuenta, ni siquiera que se encontrara allí. Era música brasilera. No llegaba a ser alguna zamba típica pero el candombe portugués es fácilmente reconocible. Juan seguía callado mientras la muchacha le hacía referencia a algo que se divisaba en la tele-pantalla. Hasta que de pronto ella propuso algo que Juan no esperaba ¿Fumas? –Dijo la doncella – Y Juan contesto afirmativamente. La preciosura volvió a desaparecer, esta vez no había ido al baño aunque se había dirigido en la misma dirección. Juan sonrió. Estaba sorprendido que “el mal” del cual deseaba alejarse apareciera allí. En el pasado estaba seguro que aquello nunca le hubiera sucedido. Quizás era la maldición del abandono, aquella que exige acariciar en despedidas hasta que la sangre diga basta, esa que es tan áspera, cruel y hermosa al mismo tiempo. La muchacha volvió con el pedacito de una bolsa que arropaba un contenido saboreado. Fregó sus partes. Todo su contorno. Y el contenido fue directo hacía las sabanas de los magnates. Con su lengua beso la parte correspondiente. Y con sus pequeños dedos (pulgar e índice) levantó su construcción. Juan solo miraba, callado, pero no-sorprendido por aquellas habilidades. Era la primera vez que estaba con ella en esas circunstancias y sabía muy bien que iba a ser la última. Fueron hasta el balcón. Y entre pitada y pitada (y patada también) continuo la charla. Calesitas empetro-ladas, pitada, valeros atómicos, pitada, cartas tercer-mundistas, pitada. Se conocieron un poco más. Ambos hablaron del pasado. De aquello que todavía latía, pitada, de alguna forma, pitada, y de lo que no también. Construyeron marines, destruyeron ideas, bifurcaron situaciones. Y volvieron a entrar. Juan se reposo en el mismo lugar que estaba sentado. Ella también. Enfrentados. Pero apenas Juan se apoyo, sintió algo extraño. No logró reconocer que era lo que le sucedía y por eso mismo fue en busca de una cerveza que esperaba helada en el congelador. Se sirvió rápidamente y olvido que nunca le había gustado la espuma de la cerveza. Le sirvió a ella que ya no era la misma ¡Si, ya no era la misma! Su cuerpo se había entumecido, sus ojos cayeron en un pozo (el pozo de los parpados pesados) y su mirada se perdía en la biblioteca que estaba a las espaldas de Juan. Pero solo era por momentos, segundos, ya que instantes más tarde inclinaba su cabeza para apreciar el televisor inamovible. Sus brazos eran esqueléticos ¿Cómo Juan no se había dado cuenta de ello antes? Es que ella era diferente. Juan con mucha suavidad fue hasta el baño. Triste. Se lavó la cara y se quedo mirando su reflejo en el espejo. Tenía ganas de pestañar y aparecer en su casa. Prepararse un té bien caliente e irse a dormir. Pero desde algún punto se sentía apresado a la belleza de aquella muchacha. Mucho mal había injuriado en su momento y la señorita lo había llevado en sus hombros con el coraje de una mujer con todas las letras. La había traicionado y pensaba en hacerlo nuevamente. Pero al volver a la mesa y al mirarla a los ojos su forma le dio miedo. Alucinó que unas preciosas alas de fuego le crecían por sus espaldas, cual fénix, que sus facciones se habían perfeccionado o sobre saltado mejor dicho, quizás como las revistas que solía leer ¡Eran ellas! Pensó Juan, había que deshacerse de aquellos dibujos “Metropolitanos”. De golpe, ella con sus alas de fuego, comenzó a hablar de la educación pública. Era residente. Dos largas horas, destacando que la elección de los jóvenes no es apropiada, que su educación estaba regida en condiciones prodigiosas y quizás nadie podía darse cuenta de la necesidad de ella. “Como almas tan luchadoras hacen caso omiso y toman la educación como un juego de muñecas. ¡La instrucción lo es todo!” (dijo) Se levantó, golpeo la mesa con fuerza y miro hacía el infinito. Juan tembló, y no contradiciendo (pues estaba de acuerdo) levanto su copa y brindo por ello. Pero muy dentro de él todavía deseaba abandonarla. Temía, sudaba, temblaban las piernas que intentaba detener con sus manos pequeñas. Y la muchacha se había quedado inmóvil. Con la copa en lo alto pero con los ojos cerrados y balbuceando el deber de las personas. Juan sabía que nunca podría escapar de allí, que amaba demasiado a aquella loca muchacha y que su deber era terminar con la vida de algunos de los dos. La dama seguía en lo alto: “… es pública, el acceso es hacía todas las personas de este bello país pero cada día me sigo dando cuenta que parece no importarles. Algunos siguen dando parciales solamente para “safar”, van en busca de un papel que de nada les servirá si no tienen un conocimiento basto, otros abandonan la posibilidad de una buena instrucción y se pierden en las calles, complacidos y siempre al azar e la vida… ¿Porque no se dan cuenta? Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer pero ello conlleva una responsabilidad. Si cada persona tiene en cuenta ello, podremos crecer, no sigamos engañándonos… somos débiles (dio un sorbo) sino… tu ahora podrás demostrarme que no lo eres… vamos hazlo… si es por ello que has venido aquí… para comprender que la educación es todo, y es por ella que estoy dispuesta a dar la vida y quien se atreva a traicionarme debe tener más fuerzas que yo y debe hacer lo que su alma está pidiendo a gritos… liberarse… ahora discúlpame debo ir al baño”. Juan, mientras ella no estaba, saco el arma que guardaba en la cintura ¡Vine a matarte porque sabes demasiado, lo que para ti es educación para mi es información barata que nunca tendré en mis manos y la verdad que no me importan esos papeles que incriminan a altos funcionarios de la nación y que tu te has robado!¡Sabes muy bien que soy un simple analfabeto!¡También sabes que te amo!¡Sabes lo que he venido a hacer!¡También, sabes que no soy capaz!¡No se lo que harás con ellos ni me importa!¡Solo se que no podría terminar con tu vida porque te temo!¡Eres la mejor amante que he tenido en años y eso que estar cerca del poder te rodea de las mejores prostitutas del país!¡Quizás lo mas triste de todo esto es que no podré volver a verte!¡Debo admitir que he venido hasta aquí a amarte por ultima vez pero ahora mismo no se siquiera si me lo merezco!¡Mujer, a pesar de mi ignorancia he comprendido que sin una buena educación no eres nada en este mundo triste, que mi licenciatura falsificada no me convierte en un magnánimo aunque así me llamen algunos!¡He comprendido que, también, guardas una imagen justa que no me has querido transferir!¡Has puesto en duda mi deber de la forma mas sutil pero lo he comprendido! ¡Pero has hablado de deber y es ello lo que no puedo evitar! ¡Y a decir verdad, sé muy bien que no podré cargar con la culpa! Y se escuchó un disparo, mientras la muchacha empolvaba su nariz.